miércoles, febrero 11, 2004

Risas y sonrisas

Me encantan las risas y las sonrisas, ¡qué razón tiene quien dijo que eran contagiosas! :). Hoy me crucé con una amiga, y yendo ambos con prisa y siendo el encuentro en medio de un paso de peatones, simplemente intercambiamos un saludo y una sonrisa, pero apuesto a que ambos salimos más animados tras ese simple gesto :). Aunque confieso que si hago esta apuesta es porque sé que por mi parte ya está ganada y por la suya diría que también está bastante claro que ocurre lo mismo... :). Me gustan esas sonrisas porque transmiten alegría y afecto y surgen ineludibles del corazón ante esos buenos amigos. Me gustan esas sonrisas tras las cuales no hay poses, no hay apariencias, no hay un papel que las narre, sino que simplemente son sonrisas sinceras y llenas de cordialidad.

Es por ello que también detesto profundamente las sonrisas falsas o cargadas de superioridad, esas que no merecen su nombre ni comparten las buenas cualidades de mis queridas sonrisas, esas que sin duda usan y dominan (aunque también juegan en su contra... jeje) los que hace unos días llamé en otro artículo "Mr. Beans de sentimientos", y que ahora dejó ya de nuevo a un lado porque este trozo de papel no les corresponde.

¿Cuánto dura el efecto de una de estas hermosas sonrisas? ¿Cuántas veces se recuerda? No es fácil de precisar, pues un poco supongo que depende de la cantidad de alegría, ilusión y buenas vibraciones que acompañen a cada sonrisa y de la importancia del momento en que se produzcan, pero otro poco está más relacionado con el carácter de quien recibe uno de estos regalos de perlas y de que haya aprendido a recordar a estas pequeñas gigantes :). Por ejemplo, yo empecé a escribir estas líneas recordando esa sonrisa que intercambié esta mañana y la energía que un buen rato me infundió :), y ahora, como animadas por esta primera voluntaria, poco a poco muchas otras sonrisas se abren camino en mis pensamientos.

Recuerdo un niño muy pequeño que subió a la guagua de la mano de su madre, con sus enormes ojos totalmente abiertos como esponjas de detalles y a los que acompañaba su pequeña sonrisa, apenas sólo esbozada, y el encuentro de sus ojos con los míos, unos ojos totalmente francos, que no querían ocultar nada y sonrío pensando que quizás él viera lo mismo en los míos. ¡Qué parte tan importante de una sonrisa son los ojos! :)

Siguiendo con las guaguas, recuerdo que la semana pasada hubo varios días que regresé a casa en ella a eso de las 19:10 de la noche desde una misma parada, como consecuencia de la asistencia a un curso que acababa 10 minutos antes. Allí y a esa hora, otro pasajero esperaba siempre la misma línea. Se trataba de un hombre de unos treinta y pocos años, de alrededor de metro ochenta de estatura, de pelo y piel bastante morena y considerablemente gordo y fuerte, que quizás de verlo con otra actitud hubiera resultado hasta temible. Parecía un poco inquieto y deambulaba de un lado para otro mientras esperaba la guagua, con la mirada siempre un poco perdida y dirigida al suelo unos metros por delante de él. Y mientras caminaba así, en trayectos de unos veinte o treinta metros de ida y vuelta, brotaba de su boca a cada poco un animado jejejejeje al tiempo que movía la cabeza de atrás a adelante y sus facciones se inundaban de la risa. Luego hacía una breve pausa, pero sus ojos continuaban perdidos en ese recuerdo al que nunca podía escapar y que siempre provocaba de nuevo su risa: jejejejejejeeeee (quedándose sin aire)...pausa...jejejejejeeeee y así constantemente primero en la parada y luego en la guagua el resto del trayecto hasta su destino. Y no es que nos contagiara sus risas, pero tanto el sonido de ellas como la frecuencia con que se producían, que además no era tan excesiva como para incomodar, iban provocando en mí y muchos otros compañeros de trayecto la aparición de una sonrisa que, admirados por su diversión, no podíamos menos que mantener :). Cuando lo recuerdo me pregunto si se dedicaría a escribir monólogos mentalmente y se reía a causa de ellos durante el constante proceso de creación, o si quizás recordaba los miles de chistes de un compañero de tertulias especialmente dotado para el humor. O quizás fuera que un día descubrió el chiste perfecto, un chiste tan bueno que una vez oído o pensado no pueda ser jamás olvidado y mantenga siempre viva la alegría de la risa...

Recuerdo también alguna conversación aislada estos últimos días con una chica que estoy empezando a conocer y con la que espero ir construyendo una amistad si hay un poco de suerte :). Su simpatía me resulta tan evidente como el sol cuando se asoma por la mañana y las pocas palabras que hemos intercambiado siempre han ido envueltas de ese calor especial que también es muchas veces semilla de una sonrisa que se planta en los oídos.

Espero que la lectura de este texto de sonrisas escrito con sonrisas os haya contagiado irremisiblemente y ya os empiecen a salir algunas jeje :). Si es así, mostradlas sin miedo ni vergüenza, que a vuestro alrededor algunas amigas suyas esperan verlas salir para animarse a seguirlas... ;)

viernes, febrero 06, 2004

Dos realidades

A veces me siento ajeno a este mundo real. A veces veo la realidad vacía, y lo real son ensueños que no saben de este mundo salvo detalles ambiguos que han querido incorporar.

Hace tiempo que vivo en la puerta entre estas dos dimensiones. Es una puerta pequeña, difícil de encontrar, y más difícil aún es permanecer bajo ella, pues tiende a conducirte a uno u otro de sus lados sin dejarte ser consciente de su existencia. Bajo su marco hay un pequeño cartel que, si lees ladeándote a la izquierda, te advierte: "Quien logre leer estas líneas, se halla en la frontera de dos planos que no debieron nunca ser vistos a la vez. Divida su mente entre ellos o la locura será el cuchillo que cree la división". Si lo miras inclinándote a la derecha sólo se distingue un simple "¡Vuela!" escrito con un lenguaje que no es lenguaje y que tampoco se lee.

Recuerdo la primera vez que pensé que tenía que existir la puerta. Era un día soleado de verano y yo estaba en el pueblo de mis abuelos, en el mismo lado de la puerta en que dejo escritas estas líneas. Sentado en un taburete junto a la fachada de su casa, un anciano perdía su desenfocada mirada en el viento, ajeno a la llamada para comer de su joven nieto, que, como a mí también me había sucedido alguna vez, se impacientaba ante el despiste y la senilidad de su abuelo, sin alcanzar a comprender el por qué de su lenta respuesta y su escaso nivel atención. Y fue entonces, al mirar a los ojos del anciano, cuando intuí una explicación a aquella escena distinta del tan repetido deterioro por la edad: su mente se hallaba en otro lugar. Y luego, apoyando mi hipótesis, percibí un destello en su mirada que, como una señal luminosa, precedió el retorno de su conciencia desde algún lugar remoto para atender, al fin, a su nieto.

De repente parecía todo tan evidente que no entendía como no lo había pensado antes. Aunque también me decía que las cosas evidentes son a menudo las más difíciles de ver y la revelación supe que no había venido de ningún esfuerzo por mi parte, sino que simplemente apareció en mi mente como una repentina inspiración, que ahora, después de todo este tiempo, sé que provino de una momentánea e inadvertida excursión de mi mente al otro lado de la puerta. ¿Y si existía otro mundo completamente distinto a éste en el que también pudiéramos vivir, aunque sin poder nunca abandonar permanentemente ninguno? ¿Qué haríamos?

Con esas preguntas empezó mi búsqueda, y poco a poco me fui dando cuenta con más frecuencia de cuando estaba en uno u otro lado de la puerta. A medida que podía percibir más rápidamente el cambio me iba acercando a la frontera en que éste se produce, y, por fin, un día, cuando ya casi dudaba de si era posible, conseguí que mi atención se activara bajo el marco de la puerta, allí donde se halla el cartel que no esperaba ser visto, sin dejar que la puerta me condujera a la forzada elección de uno de sus dos lados, de pie en el centro mismo de su contradicción.

Y entendí. Entendí que lo normal es vivir cada día un poco en cada lado, aunque sin mezclarlos demasiado y que un lado se manifiesta más en lo que aquí llamamos sueños y el otro en lo que llamamos estar despiertos, aunque hay excepciones. Entendí que el viejo de mirada perdida aprendió al envejecer a preferir el lado más imaginativo de la puerta, y concentraba tanto tiempo y atención en él que en este otro lado apenas parecía reaccionar. De hecho, si volvía tantas veces era simplemente porque, como ya he dicho, no se puede cambiar de lado de forma permanente. Y entendí también por qué a otros ancianos no les pasaba lo mismo, pues este lado tiene también sus ventajas con sus reglas más rígidas y su naturaleza más previsible. Y entendí la locura, pues no es más que el intento de trasladar un lado de la puerta al otro ante la frustración de no poder hacer una elección permanente. Y el intento de este traslado choca con la incompatibilidad de ambos mundos, cuyas reglas son distintas y muchas veces antagónicas, lo cual les condena a vivir separados aunque siempre unidos por la puerta.

Es duro vivir en el centro de la puerta. Sé que a veces puedo coger un poco de ambos mundos y construir con ellos un resultado que unifica en una belleza superior su existencia separada, pero al mostrarlo a alguien que vive en cualquiera de los dos lados, el delicado conflicto de su semilla choca con una realidad que no es mixta, y para la que no tiene, por tanto, el mismo valor. Creo que seguiré buscando a gente que viva también en la puerta, con quien pueda hablar de la mezcla de ambos mundos, mas si algún día veis que comienzo a perder mi mirada en las aristas de la nada, quizás sea que he elegido vivir en el mismo lado que el anciano de mi pueblo y ya apenas vuelva a éste...

lunes, febrero 02, 2004

Mr. Beans de sentimientos

Seguramente muchos de los que leéis estas líneas recordaréis la escena de la película de Mr. Bean en que éste se encuentra en un aeropuerto y simula estar escondiendo un arma. Con apenas algunos gestos sospechosos consigue que la seguridad lo persiga y le haga dejar el arma (que era sólo su mano) en el suelo. Es un ejemplo de que no hace falta tener algo real (una pistola en este caso) para convencer a los demás de que lo tenemos si aprovechamos su imaginación o su buena fe. Otro ejemplo muy usual, y explotado también por los humoristas, es el trabajador que, cansado, aburrido o poco motivado, sólo espera que acabe su jornada laboral para irse a casa, pero como debe permanecer en su puesto hasta la hora estipulada, mira con falsa concentración unos papeles o la pantalla de su ordenador al tiempo que hace gestos de pensar profundamente. Si lo acompaña con algún pequeño gesto triunfal de vez en cuando se consigue un efecto aún más logrado al dar la sensación de que además obtiene progresos en la solución de sus problemas.

Ciertamente, todos hemos jugado alguna vez el juego de las apariencias y, por ejemplo, algún mal día ¿quién no ha distraído disimuladamente treinta minutos su atención con cosas ajenas a la tarea que se supone que debía estar realizando? Son situaciones normales y que no suponen problema de ningún tipo si son la excepción y no la regla. Además, en este caso, también está el límite de tiempo que el cerebro puede mantener la atención de forma continuada en una única tarea, el cual no es eterno, pues se necesita algún momento de descanso aunque sea muy pequeño de vez en cuando.

Pero, al igual que en ciertas ocasiones es incluso aceptable, o al menos comprensible, sustituir la verdad por apariencias, hay otras en que, a mi juicio, es muy reprochable. No es lo mismo que un funcionario que tenga un puesto innecesario pase el día dando la apariencia de que trabaja (en cierto modo esa apariencia es su trabajo, ¿no? jeje) a que un controlador aéreo se ponga a mirar la pared mientras chocan puntitos en su pantalla. Los efectos y los daños son muy distintos entre unos casos y otros.

Pues bien, entre las manifestaciones de falsas apariencias que más me molestan, duelen o entristecen están las que prodigan los que he llamado "Mr. Beans de sentimientos", gente que constantemente da la apariencia de sentir, querer, apreciar, mostrar interés, etc. sin que realmente sus actos los mueva ningún sentimiento real. Son personas que han aprendido a manipular sutilmente a los demás y a construirse una imagen que poco tiene que ver con la realidad. De hecho, normalmente no les mueve mucho más que un interés egoísta en lograr beneficios/favores/aprecio a cambio de sus palabras y "abrazos" de humo. Y es cierto que esta falsedad muchas veces se termina manifestando claramente a casi todos los observadores, pero también en muchas otras ocasiones, quizás por ser más inteligentes o mejores observadores e imitadores de la realidad, consiguen mantener constantemente engañadas a las víctimas de su encanto artificial. Casi todo intento de desenmascarar a estos actores avanzados, incluso con evidencias bastante tangibles, resulta frecuentemente inútil, pues lo más probable es que logren esquivarlo a la vez que nos echan tierra encima con la facilidad, las mentiras y la tranquilidad de conciencia que da una mente fría con la que alguien más honesto poco puede competir, con lo que lo mejor es dejar que se delaten por sí mismos ante quien sepa ver detrás de la máscara.

Si no habíais percibido/sufrido casos como el que describo, espero que mis palabras sirvan para haceros pensar un poco, aunque no pretendo ni me gustaría provocar en nadie la tendencia a desconfiar. Creo, de hecho, que es mejor ser un poco confiado y esperar buena fe y buena gente pues la experiencia es más rica cuando no se ponen puertas a las posibilidades demasiado pronto. Pero al igual que el niño al que jugamos a esconderle una pelotita imaginaria detrás de la espalda (tras dejar la real detrás de un cojín), tenemos que aprender también que a veces la pelota no está en la mano y debemos buscar la verdad detrás del cojín...