domingo, febrero 04, 2007

La más dulce tortura (o un exceso de romanticismo expulsado en palabras :S)

Porque no somos novios aún, ni amantes, y porque quizás nunca lo seremos, porque no tengo tus besos, ni permisos de turismo sobre tu piel. Porque no tengo tu amor, pero tengo un poco de tu afecto, cada momento junto a ti es suficiente para erizar mi piel, para que te ame y sufra a la vez, para las esperanzas y desesperanzas luchando por imponerse unas a otras, para cambiar los latidos de mi corazón, para que tiemble, para debatirme en el querer y no poder, en el amar y no ser correspondido. Pero espero serlo, sueño con serlo, sin ninguna certeza, es cierto, pero lo sueño a tan pocos centímetros de ti, tan cerca y, sin embargo, tan lejos, que es a la vez la más dura de las contradicciones y la más dulce de las torturas.

Porque tu dulzura se derrama por el aire e inunda mi boca que se llena de saliva y ansía devorarte. Pero no puede, y se queda mi mente eternamente en ese estado, con el único objetivo de dar los pasos que no puede dar, de dar los besos que no le son permitidos, y la lluvia de caricias que prohíbe tu pronóstico de cielos despejados. Y en ese amar pero no amar, en ese querer no conseguido, ese soñar y no vivir, toda mi alma sube a lo más alto y vuelve a caer, y no puede dejar de repetirlo porque es la más dulce de las torturas.

La más dulce tortura es coger tu mano suavemente, sentir tu frío o tu calor, tu piel suave, amar cada dedo, amar cada poro de tu piel, e incluso amar cada pequeño pelo que surge aquí o allá, y querer centrar cada uno de mis sentidos en ti, escuchar el imperceptible sonido del contacto de mi mano contra la tuya, ampliar mi visión 20 veces, y ver cada pequeña singularidad de tu epidermis, amando sus curvas y sus rectas, las casi invisibles marcas de las heridas que alguna vez tuviste y se curaron, los signos del crecimiento y del paso de los años. Y luego ampliar mi visión otras 100000 veces más, y poder colarme entre tus átomos, y ver como la sangre te llena de vida, con su calor vital, y un ritmo galopante, que tiene un algo especial que no sé definir, y que se contagia a tu respiración, una energía que me deslumbra y que no acierto a adivinar cómo puede crearse, que no puede imitarse, y que sólo existe por el talento que adquirió tu corazón cuando empezó a latir.

La más dulce tortura es ver la naturalidad con que tu cuerpo hace elegante cualquier postura, es verte bostezar arqueándote hacia delante con tu hermoso pecho tomando un primer plano desafiante, o mirar hasta el fondo de tus ojos buscando encontrarte. Pero, sobre todo, la más dulce tortura, y la mayor de las felicidades, sería finalmente hallarte completamente en ellos, saber lo que piensas y lo que sientes, de dónde surge tu bondad, cuáles son tus ideas, cuáles son tus esperanzas, y ayudarte a cumplirlas, y ayudarte a crecer, al tiempo que yo creceré inmensamente si llegamos una vez a amarnos.