sábado, diciembre 27, 2003

La importancia de decir lo bueno

¿Os habéis parado a pensar la cantidad de gente que está triste o algo deprimida? Es cierto que la felicidad es un concepto relativo, y que hay quien no se siente feliz más por no saber apreciar lo que tiene que por carecer de algo importante. Pero, por mi experiencia, creo que hay muchísima gente que se encuentra entre un poquito triste y deprimida porque se siente sola y falta de cariño y de alguien que se interese por ellos y les haga compañía.

Seguro que muchos de los que leéis estas líneas habéis sentido en alguna ocasión esa sensación de soledad y de no tener a nadie a quien acudir y tampoco hay nadie que os llame o se acuerde de vosotros en ese momento. Y quizás, como me ha pasado a mí, alguien, esperado o inesperado, tiene algún detalle: una llamada, un correo, una buena conversación, un abrazo... y esa tristeza que comenzaba a fraguarse cae rendida a esa muestra de afecto o de interés y desaparece (por un tiempo al menos) y es sustituida por un retorno de energía positiva que nos anima a ser generosos y a compartir ese afecto y esa sensación de que no estamos solos en el mundo con aquéllos a quienes queremos o apreciamos de alguna manera :). Y si esas otras personas, al igual que nosotros, se encontraban un poco tristes, quizás también encuentren en nuestra compañía la fuerza para no dejarse arrastrar hacia el centro del bache, y en su salto para salir de él arrastren a su vez a cada vez más gente hacia ese anhelado estado en donde nos sentimos felices :).

Mi experiencia me dice que en realidad no necesitamos mucho para sentirnos alegres, pero de lo que nos hace sentirnos bien, necesitamos al menos un poquito casi cada día. Cuando alguien ya está muy triste o deprimido, entonces sí que puede necesitar bastante más ayuda para salir del bache, y quizás en ese momento, es cuando recibe ese apoyo que necesita con más facilidad. Pero esas ayudas, aunque necesarias, no creo que sean las mejores, pues requieren mucho esfuerzo y sólo ayudan a superar ese bache concreto y si la situación que lo originó no cambia, volverá a repetirse la caída más pronto o más tarde. Caer en esos estados es, además, dañino de por sí: el proceso de entristecerse o deprimirse es algo que también se aprende y se realiza mejor cuanto más se practica y más ideas falsas creadas en previas tristezas están ya disponibles para acelerar el proceso.

Es por ello que pienso que lo realmente beneficioso sería actuar mucho antes de que la tristeza haya crecido y peligre la depresión. A más tardar cuando la tristeza sea apenas una sensación leve e indefinida... :). Y, ¿cómo lograr eso?, pues mi idea es la que da título a esta entrada: "La importancia de decir lo bueno". Si las pequeñas cosas son las que nos ayudan a permanecer alegres, démoselas a los demás :). Si apreciáis a alguien, decídselo, decidle también si os gusta algo que ha hecho o algo que piense u opine, que aunque os parezca poca cosa lo que podáis decir, seguro que será muy apreciado. No dudéis en saludar o charlar con aquellos que consideréis vuestros amigos. No dudéis en transmitir cariño a los que apreciáis, porque cada pequeña cosa contribuye a que haya menos gente triste por sentirse sola, y lo que se siente pero no se expresa de alguna forma, no siempre llega ni se sabe. Podéis aprender, por ejemplo, de Danae, que en su blog se dirige muchas veces a la gente a la que aprecia para expresar sus sentimientos y dejarlos a la vista no sólo de los destinatarios, sino de cualquier otro que pase por su blog :). Ser capaz de hacer eso, a mí, al menos, me impresiona :), pero sin llegar a hacerlo público, también hay tanto que se puede hacer... :)

sábado, diciembre 13, 2003

Curiosidad, alternativas e imaginación

Hace unos días me leí el cuento El Principito de Antoine de Saint Exúpery en un link que mi amiga Isa puso en su blog hace unas semanas. Es un cuento para mí maravilloso en el que un hombre adulto, que narra la historia, se relaciona con un niño (El Principito) venido de un planeta diminuto en algún otro lugar del Universo. En él se critica el cambio de ideas, valores, pérdida de imaginación, etc. cuando las personas se hacen adultas, y el hecho de que dan importancia a cosas que realmente no son tan importantes y dejan de lado aspectos mucho más humanos. Pero no es mi intención detallar aquí el contenido del cuento. Si sois curiosos, seguro que o bien ya lo habréis leído en el link que os doy, o teníais pensado hacerlo más adelante :).

Isa decía en su blog que en el dibujo con que comienza el cuento, ella veía con facilidad el elefante dentro de la serpiente, pero no le resultaba tan sencillo ver el sombrero, que además es, según el cuento, lo único que las personas mayores (adultas) ven en el dibujo. Y resulta un poco frustrante no haber visto lo que todos parece que deben ver al mirar por primera vez el dibujo. Éste es un tema que a mí me apasiona desde hace mucho. Aunque no sabría decir cuándo fue la primera vez que me di cuenta de que muchas veces caminos distintos conducen a una buena solución, sí que recuerdo el momento a partir del cual empecé a pensar más profundamente en ello. Fue en mi segundo o tercer año de instituto, supongo que varios meses después de que descubriera allí el ajedrez y empezara a interesarme en practicarlo. Por aquél entonces, como muchos aficionados recordaréis, vendían una revista llamada Especial OchoxOcho, hermana pequeña (y creo que posteriormente desaparecida) de la revista OchoxOcho, que por suerte costaba solamente 200 pesetas. Se caracterizaba principalmente por contener muchos problemas del tipo "Blancas/Negras juegan y ganan" y de "Mate en n movimientos", agrupados en 5 niveles según su dificultad. Ese día resolví un problema de mate en 4, pero al comprobar si mi solución era la correcta y no se me había escapado nada, me encontré con que ellos daban una única solución que era distinta a la mía. Me sorprendió que no apareciera la mía y me dije que seguro que había algún fallo en mis cálculos que hacía que no fuera válida, así que lo revisé con cuidado, pero no, ambas eran válidas. Y entonces, tal y como Isa con el sombrero, me sentí molesto por no haber visto su solución y porque incluso habiendo visto cómo era me costaba un poco volver a encontrarla. Pero claro, ellos tampoco habían visto la mía, o al menos no la habían considerado en la hoja de soluciones, lo cual me hacía pensar que en su caso era mi solución la que les había pasado desapercibida al tener ya la suya propia. Por tanto, esa "ceguera" no debía ser sólo un problema exclusivamente mío. Pero yo quería ver las 2!, o las 3, o las que hubiera, y no sólo en ajedrez, claro está, sino en general, y consciente o inconscientemente me puse como objetivo tratar de ver siempre que fuera posible cuantos más caminos mejor.

Mis pensamientos en este terreno en los años siguientes creo que fueron los que consiguieron que, ya en la Universidad, al descubrir el libro El pensamiento lateral de Edward de Bono, me sintiera gratamente sorprendido al ver que se planteaba las mismas cosas que yo y que en buena parte coincidía conmigo en sus conclusiones, profundizando más, en su caso, en posibles técnicas para escapar de los caminos principales que tiende a seguir nuestra mente. Es una lectura muy interesante si compartís mi interés por el tema, aunque más que ese libro yo os recomendaría otro más elaborado que escribió posteriormente y que se titula El pensamiento creativo y que podéis encontrar por ejemplo entre los libros de la editorial Paidós (colección Paidós Plural). Si lo encontráis en otra editorial más barato no os olvidéis de decírmelo ;).

Todo esto también se relaciona en buena medida con mi entrada Generalizaciones, pues pienso que esta forma de pensar y la preocupación por estos temas, deben de ser de los mejores antídotos que hay para evitar caer en la trampa de dichas generalizaciones. Y si las generalizaciones me resultan desagradables, esta búsqueda de alternativas, de querer ver más allá de lo evidente, de mirar el mundo con imaginación e ilusión, me resultan, en cambio, características maravillosas. Y aunque a veces podamos llevarnos algunos chascos, creo que es importante no renunciar nunca a ninguna de ellas.

Me gusta la gente llena de curiosidad, que se interesa por muchas cosas, que es flexible, que es imaginativa, que tiene ilusión y cree que hay un poco de magia que nos rodea, que observa el mundo con cariño y con una amplia sonrisa. Me encanta que Isa quiera ver el sombrero y se cuestione por qué no lo ve :). Me ilusiona que Isabel al leer mi relato Saltos en el tiempo diga en su comentario: 'yo espero que continúe... jejeje... "un diminuto ser..." vaya, qué intriga..., ¿un duende? ¿una mariposa? cachisss, venga, continúa... :)', porque en él se percibe la magia, la ilusión, la imaginación que se ha estimulado con la lectura y juguetea con el futuro de un misterioso desenlace. ¡Por eso solo ya vale la pena haberlo escrito! :). Espero que no se decepcione al saber que no es mi intención por ahora continuar ese relato, pero he descubierto que también me atrae la intriga, el suspense, los caminos que llevan a muchos sitios y no se estrechan en un desenlace único... :). Al hombre que narra la historia de El Principito, le encanta la sonrisa de éste, y piensa que la perderá cuando El Principito regrese a su hogar. Pero El Principito le hace un genial regalo: le dice que desde su planeta (desde su estrella) brindará sonrisas al hombre, y al no saber éste cuál es la estrella de El Principito, todas serán especiales, porque al mirar cualquiera de ellas podrá imaginar que el Principito le sonríe desde allí. Yo espero, que al igual que el hombre de El Principito, algunos de los que disfrutasteis con mi relato podáis mirar de vez en cuando el mundo y sonreír pensando que en cualquier lugar puede ocultarse uno de esos diminutos seres luminosos...

lunes, diciembre 08, 2003

Saltos en el tiempo

Pedro estaba sentado en la cuarta fila de la columna central de asientos del aula A. Siempre le habían gustado más las filas pares, pues la inclinación de la clase y su diseño escalonado hacía que los asientos de dichas filas tuvieran un respaldo más alto que las impares, con el que se sentía mucho más cómodo.

A su derecha había 3 asientos libres hasta el pasillo que separaba la columna central de asientos de la columna derecha y, a su izquierda, se hallaba directamente el otro pasillo entre columnas. Por tanto, y aunque había otros alumnos en las filas anteriores y posteriores, se encontraba bastante solo y sin nadie con quien hablar mientras el profesor llenaba la pizarra con las fórmulas de resolución del problema que había dejado planteado el día anterior.

Se aburría. El ejercicio le había resultado fácil de hacer, y la escritura detallada en la pizarra, junto con las aún más detalladas explicaciones para aquellos que aún no lo habían entendido, no le aportaban nada. Miraba la pizarra, luego el cuaderno, de nuevo la pizarra,... Bostezó ligeramente, el profesor escribía "x^2+y=f(z...". Y, de pronto, ya no había nada, el profesor debía haber terminado el ejercicio y había borrado la pizarra y comenzaba a explicar una nueva lección teórica. A Pedro siempre le sorprendía que le pasaran estas cosas, pues era como si, de pronto, se ausentara de la realidad y volviera a incorporarse a ella en un punto situado varios minutos en el futuro, sin tener claro qué había pasado durante ese intervalo, razón por la cual hacía unos años les había puesto el nombre de "saltos en el tiempo". Algunas veces hablaba de ello con sus compañeros y amigos, y todos lo veían como algo normal. Unos le decían que no es posible mantenerse atento siempre, y que hay momentos en que la mente desconecta de todo y descansa un rato, que es normal y no quiere decir nada. Otros añadían que muchas veces lo que ocurre es que un tema muy absorbente inunda nuestro pensamiento y nos entregamos tanto a él que ignoramos la mayoría de lo que llega a nuestros sentidos. El comienzo de esos saltos vendría pues marcado por una de estas razones, y su final se produciría cuando la mente ha descansado, ha terminado de procesar el tema que la acaparó o sucede algo que nos requiere de vuelta de ese estado, como cuando alguien pronuncia nuestro nombre y reclama nuestra atención. Pero Pedro, aunque no podía negarles que fuera así, y veía claro que eran las opciones más plausibles, no terminaba de creer que tras sus saltos en el tiempo no hubiera más que eso. ¿Por qué no podía nunca precisar qué había hecho durante ese tiempo?. ¿Por qué la duración siempre parecía exceder el tiempo necesario para los escasos recuerdos que tenía de ella?. ¿Realmente la mente, si descansaba, ignoraba tanto lo que recibía de los sentidos en esos momentos como para no tener ni idea de cuándo se había ido la persona que se sentaba delante o cuándo había llegado una persona que aparecía de pie a nuestro lado al "despertar"?. Muchos compartían estas mismas sensaciones, pero nadie había sabido contestarle de forma convincente a estas y otras preguntas y tampoco se preocupaban demasiado por ellas, pues lo veían como algo natural a lo que no es necesario darle más vueltas.

La clase terminó poco después y era la última que Pedro tenía ese día, así que se dirigió a la estación a esperar el siguiente autobús que lo llevara de regreso a casa. Por suerte no tuvo que esperar más que unos minutos, aunque el trayecto, como siempre, sería largo, casi una hora de viaje antes de llegar a casa. Se entretuvo pensando que al llegar le esperaba el nuevo libro que había decidido leer y recordó el resumen de la cubierta posterior que tanto le había atraído al descubrirlo en la biblioteca. ¡Qué lástima haberlo olvidado en la mesilla de noche y no poder aprovechar el tiempo del trayecto para darle los primeros bocados a sus páginas!.

¿Qué es...? -pensó Pedro sobresaltado, aunque sin poder concluir la pregunta-. Había vuelto a ocurrir, un nuevo salto en el tiempo que duró hasta pasadas las 2 siguientes paradas de la línea de autobuses. Pero, ¡un momento! -pensó Pedro al retomar la conciencia y recordar lo sucedido minutos antes-, ¿qué demonios ha sido eso?, ¿qué fue esa luz amarilla que venía hacía mí?, ¿cómo es posible que haya perdido la noción del tiempo después de ver algo así?. Y recordó la fugaz y borrosa imagen de un diminuto ser en el centro de esa luz...
(¿Continuará?...)

domingo, noviembre 30, 2003

Comedor universitario

Esta semana, con motivo de un seminario al que asisto, me he quedado a comer durante 2 días consecutivos en el mismo comedor universitario al que acudía de vez en cuando durante el transcurso de mi carrera. La última vez que estuve allí anteriormente debió ser entre hace 6 meses y un año, y la última vez que fui más de un día seguido... ufff, ni me acuerdo.

En principio, todo parecía igual que siempre: las mismas mesas, las mismas sillas, las mismas personas atendiendo, el mismo sistema de pago y recogida del menú, las mismas hojas impresas en blanco y negro del año catapún que indican cómo colocar los platos y los cubiertos antes de devolver la bandeja al terminar de comer,... Muchos recuerdos revividos... :').

Sólo 2 cambios visibles a primera vista: los baños los habían remodelado, y el menú, como cada curso, había vuelto a subir unos céntimos su precio. Pero... un momento, ¿las 14:00?, ¿y no hay cola?, qué raro... siempre se formaba una cola de hasta 100 personas tanto a la una como a las dos y pocos minutos, coincidiendo con la salida de alumnos y profesores de su última clase matutina en los edificios universitarios cercanos. Bueno -me digo-, debe de ser que he llegado justo unos momentos antes de que se forme la cola, ¡qué suerte!, porque 20 minutos de cola me hubieran hecho tener que comer rápido y me apetecía tomármelo con calma y descansar un rato de la intensa mañana de ponencias en lengua anglosajona.

Me hago con el menú de turno, y tomo asiento en una mesa cualquiera, a esperar que llegue un antiguo compañero que me dijo por Internet que también comía allí ese día. Y no es que el comedor estuviera vacío del todo, pero no hubo cola en ningún momento, y al menos había 4 veces menos gente de la que hubo en otros tiempos. O han tenido algún problema sanitario grave (del que no tengo noticia) que ha ahuyentado a la clientela, o las preferencias de las nuevas generaciones deben haber cambiado...

Empiezo a comer, tranquilo, observando lo que pasa a mi alrededor, como siempre que estoy solo y mi cabeza no tiene trabajo o ensoñaciones pendientes. Se levanta un chico que ha terminado de comer unas mesas más allá y se da la vuelta, vaya!, si es un excompañero!. "Hola!, hola" - saludo mientras pasa a escasos metros de mí, pero nada, no me habrá visto. Deja la bandeja en el punto de recogida y vuelve sobre sus pasos: "hola!, hola!" -agito la mano descaradamente y subo el tono de voz-, su cabeza se mantiene forzadamente fija, mirada al frente, me ignora (aunque tiene que haberme visto). Quizás es que él me vió cuando entré, y yo, que no me había percatado de que estaba allí hasta ahora, parecí ignorarlo, provocando que se tomara esa pequeña revancha. Bueno, no pasa nada, llega enseguida el chico con que quedé a comer -un poco tarde, pero ha venido-, que conoce también al otro, más que yo además, y también piensa que seguro que se mosqueó un poco porque me vió entrar y yo a él no lo vi, pero que no tiene importancia, que tiene esos prontos a veces :). Charlamos animadamente un rato de cómo nos van las cosas, y, al terminar de comer, salimos y seguimos hablando de camino al edificio del seminario, yo para asistir allí a las charlas de la tarde y él por otras razones.

El día siguiente fue similar, solo al principio y acompañado en los momentos finales del almuerzo por otro excompañero que llegó algo después. Pero dejemos esto último y hablemos de los momentos en que estuve solo, otra vez sin nada pendiente que meditar. Observo... y, ¿qué veo? Primero, al sentarme con la bandeja del menú, vi que un poco más allá había una chica de mi carrera, que no llegué a conocer nunca, también sola. Quizás debería haberme replanteado el sitio y haberme sentado con ella tratando de entablar alguna conversación iniciada con mi recuerdo de haberla visto por las aulas. Tomo nota mental para otra vez en mi cuadernillo invisible titulado "tío, tienes que ser menos cortado y relacionarte más...".

Hay muy poca gente que coma allí sola, ese día estaba yo, la chica informática y 2 chicos más. Pero no todos los que están solos lo están por el mismo motivo ni lo viven igual. Están los que casi nunca se han encontrado solos antes, atentos a si llega alguien conocido, añorando la ausencia de su grupo habitual de amigos y comiendo sin la calma de costumbre para reunirse antes con algunos de ellos. Luego, el solo con prisas, el ajetreado, pensando en las tareas que ha de hacer después de comer y que apenas ve más allá del plato y del momento de apurar su contenido. Después tenemos a los solos que sienten el peso de esa soledad, y añoran un poco más de compañía, la chica de mi carrera, por ejemplo, parecía encajar en este grupo ese día. Yo encajo, según el día, en la mayoría de esos tipos, pero quizás, las más de las veces, soy de ese otro tipo de solitario que disfruta observando el lugar y lo que en él ocurre con la tremenda libertad de no tener que atender a nada en concreto, sino sólo a lo que en cada momento decido mirar. Observo, como veis, a los otros solitarios, pero observo también a las parejas, sentimentales o de amigos, y a los tríos, y a los grupos más grandes, y las barreras entre los grupos, y sus fronteras, y su consolidación. Porque los grupos también son muy interesantes, y suelen hacerse fijos y muy establecidos, con altas barreras de entrada para gente nueva con la que no tienen esa seguridad y confianza común. Yo nunca he pertenecido así a ningún grupo, sólo tengo una pertenencia parcial a algunos de ellos, de los que no están muy cerrados, en algunos días en que coincidimos. Es difícil llegar a más sin compartir muchas de sus actividades y con horarios también distintos. Por eso, aunque a veces estoy como parte de uno de los grupos, tríos o dúos, muchas veces también estoy solo. Y no es mala esta soledad, los que siempre están acompañados apenas habrán aprendido a observar y a ver, ni tienen tantos momentos para pensar tranquilamente o dejar volar su mente. Pero otras veces, no me agrada esa soledad y podría intentar vencerla si fuera, por ejemplo, el que se acerca a esa otra solitaria vagamente conocida a romper si me deja su burbuja y empezar así, un nuevo e inesperado dúo...

miércoles, noviembre 26, 2003

Amo a los tristes

Amo a los tristes, a los que habéis sufrido por culpa de otros o de la soledad, a aquéllos a quienes os ha traicionado un amor por el que estabais dándolo todo y a quienes depositasteis vuestra confianza en un amigo que usó lo que le contabais en vuestra contra o para haceros daño. Os amo porque vuestra empatía es grande, porque el dolor que habéis sufrido os ha enseñado el daño que puede ser causado, y esa enseñanza habita allí donde el olvido nunca llega: en el centro de vuestra propia alma.

No os sintáis desgraciados por haber vivido esas experiencias y ese dolor, porque os ha enseñado el poder de los sentimientos y a tener en cuenta los de los demás, a ver la necesidad de ser generosos aportando vuestro granito de arena para que todo el mundo tenga sus momentos de felicidad y no se deje arrastrar por la depresión ni el odio o la venganza. Quien no entiende la tristeza ni el dolor, quien se ríe o ignora el mal ajeno y sólo piensa en sí mismo, quizás piense que todo le va bien y que su vida es redonda, pero, ¿cuán completa puede ser una persona con un corazón que no late?, ¿cuán viva en realidad está?.

Yo veo en tus ojos tristes el sentimiento condensado, todo un flujo de amor latente aún por recibir y por expresar, que se alimenta del vacío que se oculta en tu pecho, porque hay un hueco en tu alma y hay una lágrima en él... No dejes que ese hueco crezca sin control y te devore, pero mantenlo siempre presente en un pequeño tamaño, porque ese hueco te hace grande, te libra de la ceguera de no ver más allá de ti mismo y es un cartel en la puerta con un "Pase sin llamar" para la felicidad.

Te amo a ti, por ejemplo, que no quieres a nadie nuevo en tu vida, que no quieres mi amistad porque la amistad ya no la ves buena y segura sino cruel y peligrosa, pues te han hecho daño y la temes. No entiendes por qué quiero tu amistad, ni por qué te ofrezco la mía tan pronto y tan "a ciegas", ni cómo puede ser sincera y fuerte. No cierres tus ojos, mírala, es sincera, es fuerte, jamás te haría daño conscientemente, lo intuyes, no hay nada más que el miedo que te diga que no va a ser así... Y si no es la mía, que sea otra, pero no cierres las puertas nunca. A veces pienso, incluso, en amarte con locura, abrazarte, llenar ese hueco que empieza a crecer demasiado con cariño, con amor, con sexo y pasión, hasta que rebose, hasta que no duela tanto y puedas recobrar la confianza en la gente de nuevo, pues tu corazón es hermoso, y amo esa lágrima en él... Pero sé que esa no es la salida, que no debo entregarme así sólo por aplacar tu dolor, aunque te quiera, no es bueno para ti ni para mí. Volver a abrirte a la amistad y al amor no puede ser de esa forma, no puede crearte una dependencia de mí ni de nadie que si pierdes luego te hunda. Has de aprender a ser feliz con lo que vaya llegando, con lo que tengas y hasta sin ello, para que, aunque luego pierdas algo, nunca te hundas y puedas seguir siendo feliz con las alegrías que siempre llegan.

No permitas que la desconfianza se adueñe de ti, no dejes tus sentimientos encerrados por el temor a sus efectos y a la magnitud de su fuerza. No te dejes llevar por la depresión, conserva siempre la esperanza, y, si la has perdido, lucha por recuperarla ayudada por viejas o nuevas personas. Dalo todo siempre que puedas, aunque a veces tengas que arrepentirte de haberlo hecho, porque al final, de un modo u otro, de un origen u otro, siempre lo dado regresa. Entabla relaciones sin ser egoísta, sin exigir demasiado, y tu vacío se irá llenando con toda esa gente que ve que hay una perla en tu alma y habita el amor en ella.

Problemas con Telefónica Net

Llevo varios días sin poder acceder ni al blog ni a otro montón de páginas por problemas con la conexión de Telefónica Net. Ayer les mandé una queja a través de la web (que encima sólo funciona con Internet Explorer...) y hoy tenía todavía más problemas, pues ni siquiera me bajaba el correo más que a ratos. Sin embargo, puede que el aumento de fallos fuera parte del proceso de reparación, porque desde hace un par de horas va mejor. Esperemos que dure! :).

Como no podía acceder al blog, no me han dado ganas de ponerme a escribir, aunque ahora que he podido regresar lo que sí he hecho es leer todos los comentarios que habíais dejado y responder a algunos de ellos :). A partir de mañana voy a estar una semana a tope de actividades en la Universidad, pues se junta un seminario al que me he matriculado con el comienzo del doctorado (que muy posiblemente, con la ayuda de alguna beca, va a ser mi ocupación por unos años, ya sea aquí o en Granada). Por tanto, no sé si podré escribir mucho estos próximos días, pero lo intentaré, que tengo varios temas en el tintero. Gracias a todos los que estáis leyendo estas líneas y, en especial, a los que dejáis comentarios! ;)

jueves, noviembre 20, 2003

Generalizaciones

Entre las cosas que más desagradables me resultan están sin duda las generalizaciones, en concreto, las ideas y juicios comunes y preconcebidos ante cosas o colectivos de personas que son demasiado amplios como para poder admitir una única etiqueta. Hago esta aclaración porque tampoco se puede generalizar en las generalizaciones ;), hay algunas con las que incluso estoy de acuerdo, o en las que no veo las consecuencias y efectos negativos que comentaré posteriormente, un ejemplo de las cuales podría ser: "La condena a muerte es siempre una mala opción", pues es una generalización aplicada a algo muy concreto, con lo cual esa valoración común digamos que es simplemente una opinión válida sobre un hecho particular que es susceptible de poder mantenerse sin verse contradecida con frecuencia por la realidad.

La motivación para escribir sobre este tema, me surgió con una generalización de una chica a la que le comenté qué era esto de los blogs cuando pensaba pasarle un link de uno en que había leído hace poco un par de artículos interesantes. Aún sin apenas saber qué eran, ya me dijo: "No me interesan los blogs, no quiero ver ninguno". Esta forma de cerrarse en banda es usual en la gente dada a las generalizaciones, que forman su juicio muchas veces enseguida y sin apenas datos y de nada sirve lo que les puedas decir pues ni van a reconocer que se han precipitado ni un poquito, ni van a cambiar de idea, pues parece que renunciar a su generalización les suponga una especie de trauma o les parezca un signo de debilidad o falta de personalidad. A esta chica, por ejemplo, le comenté que los blogs podían contener toda clase de cosas, desde anécdotas personales hasta artículos de opinión, recetas de cocina, literatura de todo tipo, un libro escrito en directo, vamos, cualquier cosa escrita, que al fin y al cabo, es lo único que de común tienen todos los blogs: ser una colección de escritos. Con lo cual, decir "no me interesan los blogs", viene a ser muy similar a decir que no nos gusta nada que haya sido escrito tras ver una única muestra de texto (bueno, en este caso, ni siquiera había visto una muestra, con lo cual es peor aún...). Todas las contradicciones y absurdos directamente derivables de su afirmación no la hicieron por supuesto cambiar de idea al respecto...

Y es que lo peor de las generalizaciones, es a mi parecer, el funcionamiento de la mente que es capaz de asumir esas generalizaciones tan fácilmente y sin ningún tipo de cuestionamiento ni autocrítica. Es por ello que normalmente quien generaliza no lo hace en una única cosa, sino que tiene toda una serie de generalizaciones acumuladas, que condicionan lo que piensa, lo que dice y cómo actúa. No quiere decir tampoco que sean personas que no se opongan también a algún tipo de generalización, por ejemplo, si oyen "Todos los negros son basura", pues pocos habrá que estén de acuerdo, ya que aunque el problema del racismo siga ahí, la concienciación al respecto que hay en la actualidad ha conseguido un mayoritario sentimiento colectivo en contra del mismo. Pero aún así, es triste pensar que sean necesarios estos factores externos o los valores de la sociedad para que hayan llegado a una conclusión que, de ser conscientes de lo estúpido de la generalización en sí, podrían haber alcanzado de forma inmediata por sí mismos.

Hay incluso generalizaciones ampliamente extendidas, transmitidas por algunos sólo en ocasiones para bromear u observar las reacciones que provocan, pero que en las personas dadas a la generalización tienen bastante potencial de instalarse como fuertes creencias. Ejemplos de ellas pueden ser: "Los hombres sólo quieren sexo", "Las rubias son tontas", "Las mujeres son sensibles y los hombres no", "Las mujeres son el sexo débil", etc. Todas ellas realizan valoraciones sobre colectivos tan amplios que están condenadas a tener miles de excepciones como poco. Sin embargo, quien mantiene sus generalizaciones con obstinada convicción es capaz de negar hasta la extenuación la evidencia de las excepciones más claras, o el grado de verdad que tienen las restantes alternativas, todo por mantener su cómoda generalización. Al fin y al cabo, ese es uno de los principales atractivos de las generalizaciones, pues si fuesen válidas sería muy sencillo valorar y tomar decisiones, ya que no habría que adentrarse en el complicado mundo de los casos particulares.

Un ejemplo muy claro de las trampas de la generalización lo tenemos en otras dos generalizaciones de esas habituales, las archiconocidas: "es que yo soy de letras" o "es que yo soy de ciencias", que son utilizadas incluso en quien no cae de forma habitual en las trampas de la generalización. Quien las mantiene y se escuda en ellas, las utiliza como excusa para no realizar ni aprender un montón de cosas, como si fueran imposibles para ellos. Pero se sea "de ciencias" o "de letras", hay cosas que son básicas para cualquier persona y que no deberían ignorarse escudándose en ese tipo de afirmaciones. Por mucho que se sea de ciencias, no hay que renunciar a saber escribir aunque sea mínimamente bien, al igual que por mucho que se sea de letras es recomendable y asequible saber realizar operaciones básicas con números, aunque sólo sea para que no nos engañen descaradamente con la vuelta al comprar algo...

Yo, por mi parte, prefiero la complejidad de una visión flexible y llena de alternativas, que sea consciente de que cada cosa o cada persona de un grupo o categoría cualquiera siempre tiene sus diferencias y peculiaridades, que es hermosa y fascinante la riqueza de los casos particulares y que no es inteligente extender más allá de lo real el alcance de las propias limitaciones. Y en esta flexibilidad y visión abierta creo que radica la semilla del progreso y la evolución personal...

miércoles, noviembre 19, 2003

El viejo damasquero

Salgo de casa mi abuela ascendiendo la calzada, recorro sólo unos metros de carretera asfaltada, y aparece la vereda que asciende junto a las huertas. Asciendo al segundo nivel, tomo el giro a la derecha, que recorre en un extremo una huerta que no es nuestra y que nunca vi plantada, y llego al fin a la huerta, propiedad de mi abuela, junto a cuyo borde asciende una pequeña ladera, y en ella está como siempre mi querido damasquero.

Recuerdo ir mucho en verano, verlo cargado de frutos, cada uno una sonrisa que colgaba de una rama. Algunas de color verde o de un pálido amarillo aún eran frías y agrias, pero en su interior guardaban promesa de convertirse en las cálidas sonrisas que a acercarte te invitaban: frutos de un bello naranja, color de melocotón, con porciones coloradas como muestras de rubor por las golosas miradas.

Sus ramas fuertes, bien dispuestas, eran como una escalera, abierta y no vigilada, que te invitaba a subir para alcanzar en lo alto las sonrisas añoradas. Esos frutos que besabas con el roce de tus manos, y luego, tras un mordisco, toda la boca inundada de ese sabor delicioso que siempre era con sorpresa mejor del que recordabas.

Nunca se aflojó una rama cuando estábamos en él. Nunca nos dejó caer, aunque a veces soportaba el peso de más de tres. Yo creo que nos cuidaba, que quería vernos volver, y los frutos que nos daba eran su forma de hacer sonrisas en nuestras caras que le alegraban a él.

El viejo damasquero murió solo, un año en que no lo fuimos a ver se secó de pena, y ya no volvió a dar frutos, y ninguna vieja semilla, de las que tantas y tantas cayeron a sus pies, quiso emprender la vida sobre la tumba de su padre.

Pero yo sé que en algún tiempo y lugar el viejo damasquero aún vive, y allí siempre es verano, y siempre está cargado de sus jugosos damascos. Y, sentado en lo alto, en un asiento en su tronco, una versión más pequeña de mí mismo sigue saboreando las delicias de sus ramas mientras le devuelve sonrisas de marfil con brillos de melocotón...

viernes, noviembre 14, 2003

Estrés romántico

No sé lo que pasa últimamente que parece que en todos lados oigo gente que habla sobre el amor, el cariño, los sentimientos y el romanticismo. Y a mí es que esas cosa me pueden, y muchas veces entro en lo que he decidido llamar "estrés romántico". El estrés romántico se caracteriza porque me vienen escenas románticas a la mente a todas horas (en lugar de sólo con frecuencia como es lo habitual) y cada cosa que oigo hablando del amor o de otros sentimientos hermosos hacia los demás me conduce aún más a esos pensamientos, que suelo encarnar en alguna amiga, una puntual musa concreta, o la siempre socorrida musa indefinida que representa una futura persona amada. Entre los síntomas que me provoca se encuentran también algunos comunes a otros tipos de estrés como la sensación de tensión o sequedad de boca, unidos a otros menos genéricos, como un hormigueo interno que me impulsa a improvisar versos con una velocidad e inspiración mayor de la normal. El problema principal quizás sea la acumulación de un romanticismo latente que no encuentra vía de escape, con lo que llegado un punto pugna por salir de alguna forma, y esa forma habitualmente acaba siendo en mis conversaciones en Internet con aquellas amigas con las que tengo más confianza y que sé que no se van a tomar a mal lo que escriba, ni van a malinterpretarme :). Diréis, quizás, que una forma más segura de que no haya malinterpretaciones, es improvisar esos versos que me surgen en un papel o archivo de texto ajeno a otras miradas distintas de la mía, pero lo cierto, es que el estrés romántico parece tener un cierto afán de ser escuchado y comprendido, y es por ello que no encuentra consuelo si su expresión es totalmente secreta. Además, lo romántico, como podéis ver si buscais la definición en el diccionario de la Real Academia, abarca bastante más que sólo el amor, con lo cual, mientras los versos no se personifiquen en esas amigas, o si lo hacen, no sea cuando hablan de sentimientos de amor, creo que no debería haber ningún malentendido debido a ellos, además de que, en caso de duda de si son adecuados o no, pues se dejan de escribir a esa persona y ya está. Ya parece que me estoy defendiendo de algo con esto último... lo cual, por otro lado, no es tan raro, pues aunque no acierto aún a comprenderlo del todo, sí que parece muchas veces necesario justificar ser romántico o escribir poesía, y existen algunos problemas y peligros asociados a ello, pero eso lo dejo para otra ocasión, ya que ahora simplemente quiero terminar con 2 ejemplos de mis mencionadas improvisaciones:

"Me muestras tu sonrisa,
resplandeces, me cautivas,
te ignoro, me hago el sueco,
me voy, te dejo, te olvido,
sin pensarlo, luego, vuelvo,
y te miro, y tú me miras,
y en mí también ves sonrisa,
y me acerco, y tú te arrimas,
despierto, luego, del sueño."

"Sentados, en ese asiento,
de la parada de trenes,
ese mismo, que frecuento,
y al que tú también vienes,
siempre juntos, no hablamos,
mas hoy sin que te lo esperes
mi mano roza tu mano..."

jueves, noviembre 13, 2003

Libros para romper el hielo

No voy a hablaros de libros de autoayuda que hablen de romper el hielo en el comienzo de vuestras relaciones con otras personas (aunque bien pudieran ser parte de uno de ellos los párrafos que siguen). Tampoco es mi intención ilustraros en el adecuado uso de un libro gordo y resistente para machacar el hielo en la preparación de un granizado casero. Simplemente quiero contaros un par de anécdotas recientes sobre el efecto en los demás de vernos leyendo un libro, que, posiblemente sea tan obvio, que a muchos sorprenderá que yo no hubiera notado hasta ahora.

Aunque me gusta leer, durante un tiempo he podido hacerlo menos, y cuando leo, suelo hacerlo en mi casa, ajeno a las miradas de curiosos o potenciales espectadores casuales. Otro punto a tener en cuenta es que cuando uno dispone de coche para desplazarse puede planificar mejor su tiempo y ajustar mucho los posibles tiempos muertos, pero últimamente, que esa opción casi ha desaparecido para mí, dependo más de los caprichosos horarios y frecuencia de las guaguas que dan lugar a la necesidad de buscar algo que hacer para esos tiempos muertos que se crean al llegar 30 minutos antes a tu destino, ya que la alternativa es llegar tarde, y yo aún mantengo el inusual vicio de la puntualidad. Y, sin duda, los libros son un compañero muy grato para el aprovechamiento de esos tiempos muertos. No obstante, también tengo la costumbre de cerrar el libro y guardarlo en la mochila, bolsa, o lo que sea que lleve, con unos minutillos de antelación a que la hora de la cita o actividad por la que esperaba se produzca, o también desde que veo que empieza a llegar gente, con lo cual, no suele ser frecuente que nadie se fije en lo que leo, ni que surja conversación al respecto. Pero en estas dos anécdotas que os cuento, ha sido "inevitable" que se viera lo que leía.

La primera ocurrió hace un par de semanas que decidí ir al centro de salud para consultar con el médico, y siendo éste uno de los sitios en que, por desgracia, suele ser frecuente tener que esperar un buen rato hasta ser atendido, decidí llevarme un libro para leer (en concreto: "Inteligencia Emocional", de Daniel Goleman). Como el centro de salud, además, queda a escasos 100 metros de mi casa, pues no cogí ni bolsa ni mochila ni nada, sino que llevé directamente el libro en la mano. En la práctica, no pude leer casi nada, puesto que al principio, entre los demás pacientes montaron un corrillo tal que si de María Teresa Campos se tratara, en el que debatieron sobre sus diversos problemas de salud, lo mal que está la sanidad pública y, en el caso de nuestra consulta concreta, lo mucho que nos cambian de médico, aunque en mi modesta opinión, la elección de médico de ese mes resultaba bastante acertada, pues la nueva doctora era de guapa que curaba sólo de verla, pero bueno, eso es otra historia... La segunda razón de que no pudiera leer mucho, es que cuando el corrillo, con sus mayores contertulios ya atendidos por la doctora, vió reducida su actividad, la escasa luz diurna que quedaba, apenas permitía leer sin dañarse la vista, y quienquiera que se encargue del interruptor de la luz demostró ser una persona muy ahorradora que no accionó el botón hasta que el riesgo de que alguien tropezara y cayera en la oscuridad alcanzó cotas bastante elevadas. Y bueno, tras un par de minutos en que al fin pude leer algo, me tocó pasar a la consulta, y, como os he dicho antes, el libro lo llevaba en la mano, así que lo dejé sobre la mesa dispuesto a contarle mis problemillas de salud a la doctora. Pero ella, que ya os he dicho que era muy guapa, tenía otros planes para ese momento... vamos, que me preguntó por el libro (no habríais pensado otra cosa? O:-)), porque resulta que había oído hablar de él en un programa de radio días antes y le había parecido interesante. Su pregunta acerca del libro se produjo interrumpiendo el comienzo de explicación de mi dolencia, así que solamente le contesté brevemente cómo era, y enseguida, quizás por el remordimiento de la interrupción o de estar desviándose del cumplimiento de su labor, sacudió la cabeza como quien se desembaraza de una distracción para centrarse de nuevo en una tarea y dijo "bueno, a qué venías...". Pero su curiosidad no había desaparecido, así que al final de nuestra charla, me preguntó también mi impresión del libro (el cual, por cierto, recomiendo leer a todo el mundo) antes de despedirnos y no volver a verla más (porque, para no variar, me han dicho que ya han vuelto a cambiar el médico por un doctor que había estado algún tiempo anteriormente y que parece que esta vez piensan dejar algo más que el mes de rigor).

Mi segunda experiencia tiene bastante similitud con la anterior, cambiando el libro, el lugar y la persona. Ocurrió sólo hace 2 días, cuando debía asistir a una sesión obligatoria de orientación para búsqueda de empleo que me asignaron los del paro tras ir a renovarlo el Viernes pasado. Como no tenía clara la ubicación exacta del sitio al que me debía dirigir, salí con unos 75 minutos de antelación hacia la parada de guagua, y entre que, por una vez, pasó la guagua casi al momento de llegar a la parada, y que dar con el sitio fue más fácil de lo esperado, pues estaba allí 45 minutos antes de la hora que me habían asignado. Así que me acomodé en una salita de espera, y saqué del bolso que llevaba el libro "Fuzzy Sets Based Heuristics for Optimization", que me había prestado un profesor de la Universidad hace unos días por su relación con una beca para realizar el doctorado en Granada en la que posiblemente me embarque antes del verano del año que viene. Y claro, aquí sí que tenía un bolso en los que suelo guardar los libros con antelación a la hora que motiva mi espera, pero la chica encargada de mi orientación se ve que se encontró desocupada enseguida, y se dirigió a buscarme a la salita de espera apenas 15 minutos después de que yo llegara, con lo que salí detrás de ella con el libro en la mano tratando de colocar el voladizo marcador en la página en que me encontraba. Y bueno, para no aburriros más sólo diré que esta chica también me hizo comentarios sobre el libro tanto al principio (sobre la dificultad de leer libros de ese tipo en inglés), como al final, en que se interesó por saber el significado de Fuzzy, que, por si a vosotros también os interesa, os diré que es difuso/a.

Tras estas 2 experiencias tan próximas entre sí, creo que se dibuja un posible patrón que aconseja dejar más visible a los demás lo que uno lee, pues puede ser un factor para romper el hielo e iniciar conversaciones o incluso para captar la atención de alguien con el que compartamos el interés por el mismo libro y quién sabe por qué más temas... :)

domingo, noviembre 09, 2003

Inauguración

Aquí comienza mi andadura en esto de los blogs... :)