domingo, noviembre 30, 2003

Comedor universitario

Esta semana, con motivo de un seminario al que asisto, me he quedado a comer durante 2 días consecutivos en el mismo comedor universitario al que acudía de vez en cuando durante el transcurso de mi carrera. La última vez que estuve allí anteriormente debió ser entre hace 6 meses y un año, y la última vez que fui más de un día seguido... ufff, ni me acuerdo.

En principio, todo parecía igual que siempre: las mismas mesas, las mismas sillas, las mismas personas atendiendo, el mismo sistema de pago y recogida del menú, las mismas hojas impresas en blanco y negro del año catapún que indican cómo colocar los platos y los cubiertos antes de devolver la bandeja al terminar de comer,... Muchos recuerdos revividos... :').

Sólo 2 cambios visibles a primera vista: los baños los habían remodelado, y el menú, como cada curso, había vuelto a subir unos céntimos su precio. Pero... un momento, ¿las 14:00?, ¿y no hay cola?, qué raro... siempre se formaba una cola de hasta 100 personas tanto a la una como a las dos y pocos minutos, coincidiendo con la salida de alumnos y profesores de su última clase matutina en los edificios universitarios cercanos. Bueno -me digo-, debe de ser que he llegado justo unos momentos antes de que se forme la cola, ¡qué suerte!, porque 20 minutos de cola me hubieran hecho tener que comer rápido y me apetecía tomármelo con calma y descansar un rato de la intensa mañana de ponencias en lengua anglosajona.

Me hago con el menú de turno, y tomo asiento en una mesa cualquiera, a esperar que llegue un antiguo compañero que me dijo por Internet que también comía allí ese día. Y no es que el comedor estuviera vacío del todo, pero no hubo cola en ningún momento, y al menos había 4 veces menos gente de la que hubo en otros tiempos. O han tenido algún problema sanitario grave (del que no tengo noticia) que ha ahuyentado a la clientela, o las preferencias de las nuevas generaciones deben haber cambiado...

Empiezo a comer, tranquilo, observando lo que pasa a mi alrededor, como siempre que estoy solo y mi cabeza no tiene trabajo o ensoñaciones pendientes. Se levanta un chico que ha terminado de comer unas mesas más allá y se da la vuelta, vaya!, si es un excompañero!. "Hola!, hola" - saludo mientras pasa a escasos metros de mí, pero nada, no me habrá visto. Deja la bandeja en el punto de recogida y vuelve sobre sus pasos: "hola!, hola!" -agito la mano descaradamente y subo el tono de voz-, su cabeza se mantiene forzadamente fija, mirada al frente, me ignora (aunque tiene que haberme visto). Quizás es que él me vió cuando entré, y yo, que no me había percatado de que estaba allí hasta ahora, parecí ignorarlo, provocando que se tomara esa pequeña revancha. Bueno, no pasa nada, llega enseguida el chico con que quedé a comer -un poco tarde, pero ha venido-, que conoce también al otro, más que yo además, y también piensa que seguro que se mosqueó un poco porque me vió entrar y yo a él no lo vi, pero que no tiene importancia, que tiene esos prontos a veces :). Charlamos animadamente un rato de cómo nos van las cosas, y, al terminar de comer, salimos y seguimos hablando de camino al edificio del seminario, yo para asistir allí a las charlas de la tarde y él por otras razones.

El día siguiente fue similar, solo al principio y acompañado en los momentos finales del almuerzo por otro excompañero que llegó algo después. Pero dejemos esto último y hablemos de los momentos en que estuve solo, otra vez sin nada pendiente que meditar. Observo... y, ¿qué veo? Primero, al sentarme con la bandeja del menú, vi que un poco más allá había una chica de mi carrera, que no llegué a conocer nunca, también sola. Quizás debería haberme replanteado el sitio y haberme sentado con ella tratando de entablar alguna conversación iniciada con mi recuerdo de haberla visto por las aulas. Tomo nota mental para otra vez en mi cuadernillo invisible titulado "tío, tienes que ser menos cortado y relacionarte más...".

Hay muy poca gente que coma allí sola, ese día estaba yo, la chica informática y 2 chicos más. Pero no todos los que están solos lo están por el mismo motivo ni lo viven igual. Están los que casi nunca se han encontrado solos antes, atentos a si llega alguien conocido, añorando la ausencia de su grupo habitual de amigos y comiendo sin la calma de costumbre para reunirse antes con algunos de ellos. Luego, el solo con prisas, el ajetreado, pensando en las tareas que ha de hacer después de comer y que apenas ve más allá del plato y del momento de apurar su contenido. Después tenemos a los solos que sienten el peso de esa soledad, y añoran un poco más de compañía, la chica de mi carrera, por ejemplo, parecía encajar en este grupo ese día. Yo encajo, según el día, en la mayoría de esos tipos, pero quizás, las más de las veces, soy de ese otro tipo de solitario que disfruta observando el lugar y lo que en él ocurre con la tremenda libertad de no tener que atender a nada en concreto, sino sólo a lo que en cada momento decido mirar. Observo, como veis, a los otros solitarios, pero observo también a las parejas, sentimentales o de amigos, y a los tríos, y a los grupos más grandes, y las barreras entre los grupos, y sus fronteras, y su consolidación. Porque los grupos también son muy interesantes, y suelen hacerse fijos y muy establecidos, con altas barreras de entrada para gente nueva con la que no tienen esa seguridad y confianza común. Yo nunca he pertenecido así a ningún grupo, sólo tengo una pertenencia parcial a algunos de ellos, de los que no están muy cerrados, en algunos días en que coincidimos. Es difícil llegar a más sin compartir muchas de sus actividades y con horarios también distintos. Por eso, aunque a veces estoy como parte de uno de los grupos, tríos o dúos, muchas veces también estoy solo. Y no es mala esta soledad, los que siempre están acompañados apenas habrán aprendido a observar y a ver, ni tienen tantos momentos para pensar tranquilamente o dejar volar su mente. Pero otras veces, no me agrada esa soledad y podría intentar vencerla si fuera, por ejemplo, el que se acerca a esa otra solitaria vagamente conocida a romper si me deja su burbuja y empezar así, un nuevo e inesperado dúo...

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