domingo, enero 30, 2005

Bibliotecario

La vieja biblioteca pareció sorprenderse al vernos abrir la puerta y penetrar en sus espacios tantos años olvidados. Su anterior dueño (un sabio y viejo filósofo que seleccionaba con mimo cada nuevo ejemplar que adquiría) se había visto obligado a venderla, al parecer por problemas de juego y diversos otros vicios que dilapidaron sus ahorros, o al menos eso contaban los pocos que aún recordaban algo de aquellos años. El nuevo dueño murió poco después de adquirirla, quedando como herencia de sus tres hijos, que la mantuvieron todo ese tiempo cerrada, hasta que hubieron aclarado los temas legales de la herencia y alcanzado un acuerdo para su venta con el ayuntamiento. Ahora, que por fin estaba en manos públicas el que había sido símbolo de la cultura de nuestra pequeña ciudad para tantas generaciones, nos habían contratado para volver a inaugurarla, contando como colección bibliográfica inicial con todos los viejos volúmenes del tiempo en que cerró junto a algunos de los últimos best-sellers que aguardaban en el maletero de la furgoneta que dejamos aparcada en la esquina un par de minutos antes de abrir la puerta.

Lo cierto es que ninguno de los dos habíamos dudado en dejar la anterior biblioteca pública y embarcarnos en el ambicioso proyecto de devolver su gloria al mágico lugar que ahora se abría ante nosotros, que aunque oculto bajo montones de polvo y telarañas, seguía teniendo el mismo halo majestuoso que nuestros abuelos nos contaban que había cautivado sus corazones de ávidos lectores en su época de juventud.

Nos costó varias semanas limpiar las numerosas estancias, sacando el viejo brillo en la madera de cada pequeña estantería y de la cubierta de libros, que en algunos casos, hubieran hecho la boca agua a algún que otro coleccionista hambriento de ediciones poco usuales. Una vez terminada esta tarea, procedimos a catalogar todos y cada uno de los ejemplares, y protegerlos con los nuevos sistemas informáticos de los posibles intentos de robo y, así, cuatro meses después, volvimos a abrir las puertas al público, que acudió a centenares el día de la inauguración y que desde entonces, se reparte cada día por las numerosas estancias, recorriendo con cariño tanto las páginas blancas y resplandecientes de los nuevos libros como las más amarillentas de la vieja colección, soñando quizás que alguno de sus abuelos tuvo alguna vez en las manos ese mismo ejemplar.

Yo nunca salgo de mis escondites cuando hay gente, sé que a muchos les asusta, pero por las noches soy el único que queda recorriendo de lado a lado los pasillos, cuidando de que todo siga en perfecto estado, y leyendo alguno de los miles de libros que aún me quedan por leer.

Pero ya se hace de día, debo dejaros, viene mi compañero el bibliotecario con un nuevo trocito de queso para mí...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Poeta, como bibliotecario retirado que soy, sentí la emoción del ratoncillo cuando encontré tu escrito. Siento un dolor profundo cuando mis jóvenes colegas dicen, simplemente, que "hay que depurar las colecciones", y se lanzan a sacar libros con el solo criterio de "Es que no se mueven", y a veces un "Tenemos que hacer espacio"
De tanto decirlo ya no me ven, así que deberé quedarme "leyendo alguno de los miles de libros que aún me quedan por leer."

infopoeta dijo...

No hay mejor premio para mi escrito que lograr la emoción de un antiguo bibliotecario. Muchas gracias por tu comentario.