viernes, febrero 06, 2004

Dos realidades

A veces me siento ajeno a este mundo real. A veces veo la realidad vacía, y lo real son ensueños que no saben de este mundo salvo detalles ambiguos que han querido incorporar.

Hace tiempo que vivo en la puerta entre estas dos dimensiones. Es una puerta pequeña, difícil de encontrar, y más difícil aún es permanecer bajo ella, pues tiende a conducirte a uno u otro de sus lados sin dejarte ser consciente de su existencia. Bajo su marco hay un pequeño cartel que, si lees ladeándote a la izquierda, te advierte: "Quien logre leer estas líneas, se halla en la frontera de dos planos que no debieron nunca ser vistos a la vez. Divida su mente entre ellos o la locura será el cuchillo que cree la división". Si lo miras inclinándote a la derecha sólo se distingue un simple "¡Vuela!" escrito con un lenguaje que no es lenguaje y que tampoco se lee.

Recuerdo la primera vez que pensé que tenía que existir la puerta. Era un día soleado de verano y yo estaba en el pueblo de mis abuelos, en el mismo lado de la puerta en que dejo escritas estas líneas. Sentado en un taburete junto a la fachada de su casa, un anciano perdía su desenfocada mirada en el viento, ajeno a la llamada para comer de su joven nieto, que, como a mí también me había sucedido alguna vez, se impacientaba ante el despiste y la senilidad de su abuelo, sin alcanzar a comprender el por qué de su lenta respuesta y su escaso nivel atención. Y fue entonces, al mirar a los ojos del anciano, cuando intuí una explicación a aquella escena distinta del tan repetido deterioro por la edad: su mente se hallaba en otro lugar. Y luego, apoyando mi hipótesis, percibí un destello en su mirada que, como una señal luminosa, precedió el retorno de su conciencia desde algún lugar remoto para atender, al fin, a su nieto.

De repente parecía todo tan evidente que no entendía como no lo había pensado antes. Aunque también me decía que las cosas evidentes son a menudo las más difíciles de ver y la revelación supe que no había venido de ningún esfuerzo por mi parte, sino que simplemente apareció en mi mente como una repentina inspiración, que ahora, después de todo este tiempo, sé que provino de una momentánea e inadvertida excursión de mi mente al otro lado de la puerta. ¿Y si existía otro mundo completamente distinto a éste en el que también pudiéramos vivir, aunque sin poder nunca abandonar permanentemente ninguno? ¿Qué haríamos?

Con esas preguntas empezó mi búsqueda, y poco a poco me fui dando cuenta con más frecuencia de cuando estaba en uno u otro lado de la puerta. A medida que podía percibir más rápidamente el cambio me iba acercando a la frontera en que éste se produce, y, por fin, un día, cuando ya casi dudaba de si era posible, conseguí que mi atención se activara bajo el marco de la puerta, allí donde se halla el cartel que no esperaba ser visto, sin dejar que la puerta me condujera a la forzada elección de uno de sus dos lados, de pie en el centro mismo de su contradicción.

Y entendí. Entendí que lo normal es vivir cada día un poco en cada lado, aunque sin mezclarlos demasiado y que un lado se manifiesta más en lo que aquí llamamos sueños y el otro en lo que llamamos estar despiertos, aunque hay excepciones. Entendí que el viejo de mirada perdida aprendió al envejecer a preferir el lado más imaginativo de la puerta, y concentraba tanto tiempo y atención en él que en este otro lado apenas parecía reaccionar. De hecho, si volvía tantas veces era simplemente porque, como ya he dicho, no se puede cambiar de lado de forma permanente. Y entendí también por qué a otros ancianos no les pasaba lo mismo, pues este lado tiene también sus ventajas con sus reglas más rígidas y su naturaleza más previsible. Y entendí la locura, pues no es más que el intento de trasladar un lado de la puerta al otro ante la frustración de no poder hacer una elección permanente. Y el intento de este traslado choca con la incompatibilidad de ambos mundos, cuyas reglas son distintas y muchas veces antagónicas, lo cual les condena a vivir separados aunque siempre unidos por la puerta.

Es duro vivir en el centro de la puerta. Sé que a veces puedo coger un poco de ambos mundos y construir con ellos un resultado que unifica en una belleza superior su existencia separada, pero al mostrarlo a alguien que vive en cualquiera de los dos lados, el delicado conflicto de su semilla choca con una realidad que no es mixta, y para la que no tiene, por tanto, el mismo valor. Creo que seguiré buscando a gente que viva también en la puerta, con quien pueda hablar de la mezcla de ambos mundos, mas si algún día veis que comienzo a perder mi mirada en las aristas de la nada, quizás sea que he elegido vivir en el mismo lado que el anciano de mi pueblo y ya apenas vuelva a éste...

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