sábado, abril 17, 2004

Pequeña historia de un amor sin palabras

Él estaba sentado como siempre en la mesa situada más cerca de la barra, con la habitual taza de chocolate humeante entre las manos, sintiendo como el vapor penetraba lentamente en sus pulmones y volvía a salir luego arrastrando porciones de estrés entre sus ganchos de humo. Acercó lentamente los labios a la taza y, cerrando un instante los ojos, tomó un pequeño sorbo, saboreándolo casi con mimo, y al abrir los ojos de nuevo y dirigir su mirada a los ventanales, como tantas veces hacía, ella, sentada justo en el centro de su visión, de espaldas a él, se giró un momento hacia la barra agitando un sobre vacío de azúcar en dirección al camarero para indicarle que quería otro más. Y fue así, al percibir el movimiento, cuando los ojos de él se dirigieron hacia ella asombrados por la luminosidad de su rostro y su mirada, y por su cabello negro, largo y rizado que se movía suavemente acariciándole el rostro.

Era la primera vez que ella iba a la cafetería tan temprano, pero ese día, la hora que cogía para su descanso laboral había sido reservada para una interesante presentación a la que quería acudir y adelantó el momento de tomar su habitual taza de café. Siempre iba a aquel lugar, aunque no era el más cercano, porque su incapacidad para hablar no siempre era tratada con educación en otros lugares, y el camarero de ésta, no sólo conocía el lenguaje de los signos, sino que con el tiempo habían llegado a ser buenos amigos. Solía sentarse en la barra y hablar con él mientras se tomaba una taza de café con abundante azúcar, pero ese día el camarero estaba enfrascado en una conversación telefónica sobre unos pedidos así que decidió coger el café y tomarlo en la mesa junto a la ventana. Vació el sobre de azúcar en la taza, y dándose cuenta de que se le había olvidado coger otro, se giró hacia la barra y agitó el sobre vacío en dirección a su amigo que asintió indicando que enseguida le llevaba otro, pues sabía muy bien que a ella le gustaba el café con abundante azúcar.

Entonces sintió el peso de la mirada que provenía del hombre sentado en la mesa junto a la barra y cruzó su mirada con la de él, y se quedó asombrada por su fuerza serena y la magnitud del asombro y admiración con que él la observaba, hechizado como ella también se iba quedando al observar a aquel hombre de ojos azules y penetrantes mirarla entre el humo del chocolate que sostenía en sus fuertes y grandes manos. Se ruborizó un poco y volvió a girarse hasta quedar nuevamente sentada correctamente en su silla, de espaldas a él. Él, sin pensar en lo que hacía, se levantó y empezó a caminar hacia ella, que oía sus pasos magnificados por su atención concentrada infinitamente en cada detalle del momento. Se sentó justo frente a ella, que levantó su mirada del mantel para mirarlo, libre ahora del rubor que había sido sustituido por una inmensa sensación de confianza y seguridad. Y se miraron, y sonrieron, y la mano de él rodeo la de ella, y ella tomó su otra mano, juntando las 4 en una única mano que mezclaba la fuerza contenida de él con la frágil delicadeza de ella. Y tras conocerse en lo más hondo sólo con gestos y miradas, sin hablar, pues ella hablar no podía, y él no pensó en ello ni tampoco lo quiso, se sumergieron en el agobio dulce de la predestinación y salieron cogidos de la mano, sin pagar una cuenta que el amigo camarero no pensó en reclamar. Caminaron un rato por la avenida llena de vegetación, con las manos en la cintura uno del otro, y la cabeza de ella recostada sobre el hombro de él, y justo debajo del árbol más grande, se giraron el uno hacia al otro, y él puso su mano en el rostro de ella y la distancia que desaparecía acabó convertida en el primer e intenso beso de tantos que se darían.

Sentados en el banco en la entrada de la casa, y abrazados con el infinito cariño que siempre se habían tenido, ambos sonrieron al mirarse simultáneamente, y supieron, sin palabras, como tantas otras veces, que el tiempo volvía a sorprenderlos en el recuerdo compartido del día en que veinte años antes se conocieron en aquella cafetería...

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