jueves, noviembre 13, 2003

Libros para romper el hielo

No voy a hablaros de libros de autoayuda que hablen de romper el hielo en el comienzo de vuestras relaciones con otras personas (aunque bien pudieran ser parte de uno de ellos los párrafos que siguen). Tampoco es mi intención ilustraros en el adecuado uso de un libro gordo y resistente para machacar el hielo en la preparación de un granizado casero. Simplemente quiero contaros un par de anécdotas recientes sobre el efecto en los demás de vernos leyendo un libro, que, posiblemente sea tan obvio, que a muchos sorprenderá que yo no hubiera notado hasta ahora.

Aunque me gusta leer, durante un tiempo he podido hacerlo menos, y cuando leo, suelo hacerlo en mi casa, ajeno a las miradas de curiosos o potenciales espectadores casuales. Otro punto a tener en cuenta es que cuando uno dispone de coche para desplazarse puede planificar mejor su tiempo y ajustar mucho los posibles tiempos muertos, pero últimamente, que esa opción casi ha desaparecido para mí, dependo más de los caprichosos horarios y frecuencia de las guaguas que dan lugar a la necesidad de buscar algo que hacer para esos tiempos muertos que se crean al llegar 30 minutos antes a tu destino, ya que la alternativa es llegar tarde, y yo aún mantengo el inusual vicio de la puntualidad. Y, sin duda, los libros son un compañero muy grato para el aprovechamiento de esos tiempos muertos. No obstante, también tengo la costumbre de cerrar el libro y guardarlo en la mochila, bolsa, o lo que sea que lleve, con unos minutillos de antelación a que la hora de la cita o actividad por la que esperaba se produzca, o también desde que veo que empieza a llegar gente, con lo cual, no suele ser frecuente que nadie se fije en lo que leo, ni que surja conversación al respecto. Pero en estas dos anécdotas que os cuento, ha sido "inevitable" que se viera lo que leía.

La primera ocurrió hace un par de semanas que decidí ir al centro de salud para consultar con el médico, y siendo éste uno de los sitios en que, por desgracia, suele ser frecuente tener que esperar un buen rato hasta ser atendido, decidí llevarme un libro para leer (en concreto: "Inteligencia Emocional", de Daniel Goleman). Como el centro de salud, además, queda a escasos 100 metros de mi casa, pues no cogí ni bolsa ni mochila ni nada, sino que llevé directamente el libro en la mano. En la práctica, no pude leer casi nada, puesto que al principio, entre los demás pacientes montaron un corrillo tal que si de María Teresa Campos se tratara, en el que debatieron sobre sus diversos problemas de salud, lo mal que está la sanidad pública y, en el caso de nuestra consulta concreta, lo mucho que nos cambian de médico, aunque en mi modesta opinión, la elección de médico de ese mes resultaba bastante acertada, pues la nueva doctora era de guapa que curaba sólo de verla, pero bueno, eso es otra historia... La segunda razón de que no pudiera leer mucho, es que cuando el corrillo, con sus mayores contertulios ya atendidos por la doctora, vió reducida su actividad, la escasa luz diurna que quedaba, apenas permitía leer sin dañarse la vista, y quienquiera que se encargue del interruptor de la luz demostró ser una persona muy ahorradora que no accionó el botón hasta que el riesgo de que alguien tropezara y cayera en la oscuridad alcanzó cotas bastante elevadas. Y bueno, tras un par de minutos en que al fin pude leer algo, me tocó pasar a la consulta, y, como os he dicho antes, el libro lo llevaba en la mano, así que lo dejé sobre la mesa dispuesto a contarle mis problemillas de salud a la doctora. Pero ella, que ya os he dicho que era muy guapa, tenía otros planes para ese momento... vamos, que me preguntó por el libro (no habríais pensado otra cosa? O:-)), porque resulta que había oído hablar de él en un programa de radio días antes y le había parecido interesante. Su pregunta acerca del libro se produjo interrumpiendo el comienzo de explicación de mi dolencia, así que solamente le contesté brevemente cómo era, y enseguida, quizás por el remordimiento de la interrupción o de estar desviándose del cumplimiento de su labor, sacudió la cabeza como quien se desembaraza de una distracción para centrarse de nuevo en una tarea y dijo "bueno, a qué venías...". Pero su curiosidad no había desaparecido, así que al final de nuestra charla, me preguntó también mi impresión del libro (el cual, por cierto, recomiendo leer a todo el mundo) antes de despedirnos y no volver a verla más (porque, para no variar, me han dicho que ya han vuelto a cambiar el médico por un doctor que había estado algún tiempo anteriormente y que parece que esta vez piensan dejar algo más que el mes de rigor).

Mi segunda experiencia tiene bastante similitud con la anterior, cambiando el libro, el lugar y la persona. Ocurrió sólo hace 2 días, cuando debía asistir a una sesión obligatoria de orientación para búsqueda de empleo que me asignaron los del paro tras ir a renovarlo el Viernes pasado. Como no tenía clara la ubicación exacta del sitio al que me debía dirigir, salí con unos 75 minutos de antelación hacia la parada de guagua, y entre que, por una vez, pasó la guagua casi al momento de llegar a la parada, y que dar con el sitio fue más fácil de lo esperado, pues estaba allí 45 minutos antes de la hora que me habían asignado. Así que me acomodé en una salita de espera, y saqué del bolso que llevaba el libro "Fuzzy Sets Based Heuristics for Optimization", que me había prestado un profesor de la Universidad hace unos días por su relación con una beca para realizar el doctorado en Granada en la que posiblemente me embarque antes del verano del año que viene. Y claro, aquí sí que tenía un bolso en los que suelo guardar los libros con antelación a la hora que motiva mi espera, pero la chica encargada de mi orientación se ve que se encontró desocupada enseguida, y se dirigió a buscarme a la salita de espera apenas 15 minutos después de que yo llegara, con lo que salí detrás de ella con el libro en la mano tratando de colocar el voladizo marcador en la página en que me encontraba. Y bueno, para no aburriros más sólo diré que esta chica también me hizo comentarios sobre el libro tanto al principio (sobre la dificultad de leer libros de ese tipo en inglés), como al final, en que se interesó por saber el significado de Fuzzy, que, por si a vosotros también os interesa, os diré que es difuso/a.

Tras estas 2 experiencias tan próximas entre sí, creo que se dibuja un posible patrón que aconseja dejar más visible a los demás lo que uno lee, pues puede ser un factor para romper el hielo e iniciar conversaciones o incluso para captar la atención de alguien con el que compartamos el interés por el mismo libro y quién sabe por qué más temas... :)

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